De pecado, un infierno enlazó Su alma, después de purgar;
Tragó de un bocado, la sombra, Su presencia;
Del diablo, hijos acechantes multiplicaron la contrición
En sus ojos, en sus culpas… aquel de astas mayores, cuerpo cabrío,
Tiró del arco en la voz, con la flecha de su potestad,
Atravesó entrañas, huesos, coyunturas de Su pensamiento en día postrero:
Dobló las rodillas el alma, ante Su nuevo consorte,
Y presto a arrastrar la condena de Dios por los siglos,
Injurió debilidades a una vida insuficiente como injusta, oculta
Tras la mascara de la fortuna y el destino.
Ian Henry Deep