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El maestro y la Gratitud.

—Querido maestro, puede decirnos algo sobre lo que es robar? —solicitó el discípulo.

—Amados discípulos —dijo el maestro, y siguió con la enseñanza—:

«Robar, es tomar para sí el fruto del trabajo de otro, para satisfacción propia, sin que, de alguna forma le retribuyas en otra medida. También es negar al otro la posibilidad de uso de algo que para ti es nula y sin embargo no quieres desprenderte de ese algo. «Lo mismo es captar el afecto de otro para tu consciente deleite momentáneo propio, sin que te importe las consecuencias para el otro —le robas el cariño que, si fuera consciente de tus intenciones, no te lo daría. Y lo mismo que engañar o mentir también es robar, porque usas de lo que llamas “sabiduría” —astucia— para llevar al otro a un camino que no quiere seguir y le quitas la posibilidad de conocer la verdad.

«Enfadarse o irritarse también es robar, porque robas la paz y la tranquilidad del otro y de ti mismo.

«Para robar no solo se atribuye el uso de la fuerza física, sino también de la emocional.

«Todos somos ladrones, conscientes o inconscientes. Robamos cosas de la naturaleza:

«De quién es el aire que respiramos? De quiénes son los frutos que recogemos de los árboles? De quién es la madera que quema para calentarnos en el invierno, o el Sol —De quién es? Y también las ideas que, a veces, nos hacemos dueños, de quiénes son?

«Todo es naturaleza, el hombre es naturaleza.

—Perdón, querido maestro —interrumpió un discípulo—, pero si no tomamos todas esas cosas nos moriremos, si no respiramos, si no comemos, si no nos calentamos…

—Sí, querido discípulo —dijo el maestro con una sonrisa—, pero hay un antídoto para ese veneno, que es la gratitud. Debemos tomar todas esas cosas con gratitud, cada respiro, cada bocado, y usarlos para retribuir en servicio de los demás, no en nuestro propio. De esa forma no estamos robando. La naturaleza sabrá que no estamos robando, nuestra naturaleza interior lo sabrá de la misma forma y nos retribuirá con más cosas, con más paz y con más alegría.

Y será, a partir de ahí, que conoceremos la verdadera riqueza, sin tener que robarla.