Señor, mi Dios, humilde me dirijo
ante ti, como un perro sumiso;
ayudame, porque soy tu hijo
y sé que me llevaras al paraiso.
No tengo ni dinero ni plata ni oro,
pero a ti, yo me entrego todo.
Oye mis clamores, oh Dios,
y te pido que seamos nosotros dos.
Me enamoraste aquella tarde,
y cuando lo penso, el corazón
y el alma aun me arde...
Amén oh Dios de razón.