El destino del amor
En una plaza te espera
la que nunca has de ir a ver,
tan humana y tan mujer
como la imagen postrera.
Te conoció en la ribera
de algún sueño cotidiano,
se dieron ambos la mano
y un beso y el pensamiento,
para ti duró un momento,
para ella aún es temprano.
Gozó, gozaste, gozaron
cada cual en su utopía,
la tuya cambiar por día,
la suya no la enturbiaron,
si es cierto que ambos soñaron,
tú despertaste y adiós,
ella en cambio por los dos
aún conserva su quimera,
por ello no desespera
ni se olvida de tu voz.
Esa que al monte llamara,
esa que en ecos te busca,
esa que a golpes traduzca
lo que en tu pecho soñara.
Recoge una roca clara,
la mira con ambición,
no será de una mansión,
no será de algún convento,
tú dámela, pide al viento,
que la besa en tu canción.
Luego son días de entrega,
son dos almas que batallan,
abrazándose es que tallan
su valor en la refriega.
Hasta que el momento llega
de ver todo ya cumplido,
tanto amor que busca nido,
tanta fe tras la belleza,
que de la piedra que empieza
una sílfide ha nacido.
Se inaugura aquella plaza,
con su fuente y tu sirena,
ella oculta su honda pena,
tú te ocultas en tu casa.
Cuántas veces así pasa
que el amor que bien labramos,
ya obtenido, lo olvidamos,
ya esculpido atrás se queda,
y en un lagrimón ya rueda
la roca en que lo forjamos.
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26 01 14