Hijo mio, tenías casi cinco años cuando te probaste por primera vez mis zapatos, para ti la vida y las rosas eran solo palabras y mis zapatos eran gigantes.
Cuando tenías diez, la vida cobraba algún sentido las rosas eran multicolor y mis zapatos aún eran grandes
Cuando tenías quince, la vida ya tenía un sabor agridulce, las rosas eran flores y mis zapatos ya te calzaban.
Hoy a cuestas de tu juventud, la vida ya es vida y no siempre color de rosa, las rosas ya son rosas y a pesar que tengan espinas siguen siendo hermosas como la vida. Y mis zapatos…… ya no te calzan.
Amado hijo, espero que mis zapatos te hayan llevado por buena senda y a pesar que ya están viejos y desgastados por el largo trajín del camino, siempre….siempre estarán ahí por si pierdes el camino.
Hoy a unos cuantos anocheceres más y tan pronto la luz despierte el alba, tendrás en tus manos acariciando unos pequeños piececitos de tu primogénito hijo, recuerda entonces que necesitas zapatos resistentes para caminar esta nueva etapa de tu vida, por que ahora serán los tuyos los que algún día intentarán calzarlos.