Esta historia comenzó en un bosque de cedros, donde habitaban cientos de árboles de esa especie. Todos juntos crecían como hermanos elevando sus ramas al cielo. Allí entre sus ramas anidaban los pájaros que poco a poco se fueron haciendo amigos creando con el tiempo una bonita amistad.
¿Donde haré mi nido si alguna vez te corta un leñador? - preguntó el ave a su leñoso amigo.
Siempre estaré aquí para que te poses en mis ramas y puedas alegremente anidar y cantar- respondió el cedro de incienso a su gran amigo.
Y así pasaron muchos años, hasta que un mal día unos leñadores llegaron al bosque a cortar a los cedros para llevarlos a una fábrica y convertir su madera en lápices.
Cuando cortaron al cedro, amigo del ave, éste lloró en silencio, no tanto por el dolor de los hachazos en su tronco, sino porque ahora no podría cumplir la promesa que había hecho a su amigo, de que siempre anidaría y cantaría en sus ramas.
Cuando el ave llegó ya su amigo no estaba. Por tal razón comenzó a llorar de tristeza al sentir la ausencia de su amigo, que lo había dejado sin su nido. Luego se repuso del dolor y decidió seguir el camino que habían recorrido los leñadores, orientado por las hojas y ramas desprendidas que habían esparcido a lo largo del camino.
Siguiendo la ruta el ave llegó a la fábrica de lápices y entre tantos cedros de incienso cortados, logró dar con su amigo y juntos se abrazaron.
Aunque te conviertan en lápiz, quiero que seamos amigos siempre, como lo habías prometido- le dijo el ave a su viejo amigo
No temas – le contestó el cedro – aunque me usen para escribir, igualmente cumpliré mi promesa y daré mis retoños para ti.
Y fue así como aquel cedro soñador pudo retoñar de nuevo, para cumplir su promesa y pudo de esa manera, escribir una hermosa historia con el mismo lápiz en que lo habían convertido.
Y su amiga el ave, sonreía, mientras alegremente cantaba en sus ramas.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo, Venezuela