Oh princesa de ensueño, de naciente pasión
No pudiste detener, la cascada de emociones,
Con culpa flagrante, emanadas del corazón;
Dejándote a tu suerte, con sórdidas canciones…
El destino te reclama, tu corazón en pedazos,
Después de entregarlo, con infinita inocencia,
Ahora sientes, del desamor sus latigazos;
Sin medicina patente que alivie tú conciencia…
Y en tu fugaz pecado, llevas tu eterna penitencia,
Porque tu amor naciente -en un hombre prohibido-
Jamás tendría razón, ni la insipiente paciencia;
Que te deja en apariencia, huraña y en olvido…
Pero viviste lo vivido, -así tan de repente-
A pesar de lo prohibido y sufriendo lo doliente,
De tu amor y tú castigo, con la herida de muerte;
Enconada en tu destino, matando tu presente…
Y terminarás tus días -princesa de ensueño-
Al lado de un amante, que no es el de tu cuento,
Caminando así de errante, -sin la dicha de mis besos-
Con el resabio incesante, que parece sin regreso…
Y te cubrirá la tierra, mientras te vea descender,
Llorándote otro hombre,- con lágrimas de mujer-
Creyéndose amado por siempre, (y sin saber)
Que yo soy el gran amor, que muere contigo;
Con el cruel destino, actuando tan soez,
Y el eterno castigo de saber, que jamás fuiste de él.
Arturo Domínguez. –Derechos Reservados- Enero 2014.