Cuenta una fábula un poco loca,
que en el bosque, la tragedia, un día,
en forma de incendio, la vida consumía...
Era tal la furia de las llamas
qué, hasta en la costa del río, a las rocas
calentaban y lamían...
Todos los animales allí se hallaban,
era el único refugio que tenían;
su casa, la selva, ardía,
y el espectáculo infernal los alelaba...
Aterrados, temblando por sus vidas,
paralizados, en silencio estaban...
ni siquiera, uno a otro, preguntaban
que hacer o a dónde irían...
El estruendoso crepitar de las flamas,
el humo, las cenizas, el calor,
el sollozo contenido, el estupor;
excluyentes, todo dominaban.
No se pudo escuchar su aletear
y casi nadie vio su figura...
pero hubo uno que sí,
que al verlo pasar dijo: -“¡Mirad al colibrí!”...
y su imagen, única, se hizo notar.
Con mucha prisa lo vieron ir y venir;
en el río su pico sumergía
y en un acto, que provocó risa:
hasta la furia del meteoro ir
a verter su contenido: ¡Pif...!
Por un momento olvidaron el susto
y de todos los que se encontraban:
el elefante, el león y la jirafa
prorrumpieron en sonoras carcajadas;
y, en medio de la burla, entrecortadas
palabras como: “¡Bravo!”, “¡Hurra!”,
“¡Dale que lo apagas!”, le lanzaban.
Se detuvo el colibrí por un momento,
y mirando al elefante en la cara
le dijo: -“Compañero,
no es que quiera irritarte;
tú, con tu larga trompa de bombero,
estás temblando, en vez de ayudarme,
y no sé si no sabes lo que yo
¡o de cobarde!...
Búrlate si quieres, pero sirva o no:
¡yo haré mi parte!”