Anoche no dormí, tampoco durmió
el machete que me esperaba de pie,
ansioso de la alborada.
Y dejé colgado el cinto y la baqueta,
porque confieso que me pesa el hierro en la cintura,
por eso, lo prefiero en mi diestra, donde el
fierro se hace parte de mi cuerpo y hago
alarde de su filo cortando cuellos de bejucos;
se asombran las bestias y los faunos al mirar
ondeante entre la maleza la temible extremidad
que marca trillos, chispeante sobre las piedras.
Sorprendidos por el sol de la mañana,
a mi amigo le suda el cabo y cansado en la
faena se me escapa de las manos, nos tendimos
a descansar, él me peló tres naranjas, lo hundo
varias veces en la tierra y planto las semillas
al tiempo que descubro que el “rechín” le ha
limpiado el filo, como para recordarme
que en casa nos esperan con hambre
los que confían en nosotros.
Con las ansias renovadas, la emprendemos
contra un árbol seco y vencido, y del muerto
hacemos leña, recorro el camino que me ha
marcado el fierro con los palos al hombro,
de vuelta a casa.
Ya a la altura de la tarde, después de pelar,
plantar y leñar solo nos falta el degüello de
la gallina, yo me merezco la carne y mi mujer;
el amigo se merece la sangre y la horma. Mañana
será otro día; él desayunará con la lima y yo
con dos huevos huérfanos que me dejo la gallina.