Ya las hojas de los arboles se han desprendido ante las moderadas caricias de la brisa, han partido en las alas del anhelo a cobijar los calles en relucientes mantos dorados, las lluvias han besado la tierra y las nubes grises han forrado el cielo como una marejada de olas plateadas. Mi ciudad es un continuo punto de encuentro para los vientos helados, un ir y venir frecuente de fantasias diversas que se confunden y entretejen en la mirada de las personas...
Ya las aves, que otrora fueron autoras de trinos indelebles en en honor a la primavera, han partido en busqueda de la calidez que pueda guarecerlos, volando en centenares a través de los viejos edificios en una sola voluntad...
Pronto gorjearan ebrias de luz y aire, resguardadas bajo el sol del mediodía...
Y tú, mi pequeño amigo, que no conoces otra morada mas que mis manos envueltas en tu desvalido cuerpo, yaces indefenso e inerme ante el destino, incapaz de atravesar montañas y lagos al lado de tus hermanos, sin que nadie sienta que pierdes tu lugar en el viento, sin que haya lagrimas que se derramen por tus alas cerradas mientras que tu canto permanece sepultado en el silencio de tu soledad...
En tus ojos turbios se refleja la tristeza que sella tu inocente alma como una condena perpetua, mientras yo te contemplo acongojado y temeroso de que te sumas en el sueño como un manojo de plumas desvaído...
No temas, mi amigo... que mis manos habrán de confortar tu espíritu herido hasta que de tu pico no salga el menor eco de tristeza; pronto el cielo se abrirá para dar paso al lucero del alba que señale la ruta de tu vuelo, entonces he de extender mi mano en lo alto para darte libertad... y volaras, volaras cuan más alto puedas, sin mirar atrás...
Volaras, te lo juro, con la luz del sol que emerge de las montañas...
Jairo De la Cruz