No es clavel ni ortiga,
la que hoy obsequio
es una rosa amarilla
para la mujer que quiero.
Se la traigo por la noche
para que la vea por el día
y contemple su derroche
como hacerlo yo solía.
Va en un blanco florero
rumbo a su corazón malherido
para florecer en febrero
y morir en el olvido.