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El maestro y la Manzana.

—Queridos discípulos —dijo el maestro—, hoy los propondré un juego de adivinanza.

Entonces el maestro tapa los ojos de un discípulo y lo conduce a una mesa donde había un cesto con frutas. Coge una manzana, se la pone sobre las manos del discípulo y le pregunta:

—Sabes lo que es?

—No, querido maestro —respondió el discípulo—, con la manzana sobre sus manos.

—Bien, ahora puedes examinarla con tus manos —dispuso el maestro—.

El discípulo empieza, entonces, a examinar aquél objeto desconocido, girándolo de un lado a otro, aunque las dudas sobre qué era, estaban presentes en su cara.

—Dime, querido discípulo, qué sientes? Sabes ya lo que es?

—Todavía no, querido maestro, pero la sensación es muy buena, tiene un toque de suavidad muy presente.

—Bien! —dijo el maestro—. Ahora acércalo a tu nariz, olfatéalo y dime qué sientes.

—Sí, maestro, ahora puedo sentir un aroma dulce y asociarlo con el toque de suavidad.

Casi puedo asegurar lo que es —concluyó el discípulo—: es una manzana.

—Muy bien querido discípulo —dijo el maestro—, ahora te voy a quitar la venda y me dirás qué sientes.

—Si maestro, al verla es una sensación agradable porque siento el recuerdo de haberla probado en alguna ocasión. Incluso puedo sentir placer con la suavidad y el aroma juntos, al morderla, sin ni siquiera haberla mordido.

—Excelente! —afirmó el maestro—. Ahora suponte que, por alguna razón, no puedes comerla: por mi simple negativa o porque eres alérgico a manzanas. Qué sientes?

—Siento tristeza por no poder probarla, querido maestro. —dijo el discípulo.

—Sí, querido discípulo, puedo ver esa tristeza reflejada en ti —dijo el maestro—.

«Ahora, ya que no puedes probarla, te lo pido que la regales a otro que sí puede probarla.

Entonces el discípulo le ofrece la manzana a otro de sus compañeros, y este la prueba, dejando al descubierto la sensación de placer al hacerlo.

—Querido discípulo —dijo el maestro—, ahora que ves que, lo que no te servía, o no te hacia bien, le está proporcionando placer a otro, qué sientes?

—Siento alegría, maestro —dijo el discípulo casi sin necesidad de palabras.

—Exactamente queridos discípulos: entonces qué pasó? La manzana cambió? Tú cambiaste? No! Ninguno de los dos, solo tu actitud cambió. Estabas triste por no poder satisfacer a tu ego. Cuando asumiste tu papel de servir, de dar, te has vuelto alegre, has sentido felicidad. Has realizado tu naturaleza interior, solo eso. Procura actuar así con todas las manzanas de la vida y serás eternamente feliz.