Te veo venir.
Aura de colibrí rojo.
Cabeza de tulipán sobre la fría acera.
Cedro en mis manos,
simbiosis de venas. Blanca amnesia.
Para que nadie se lleve el extracto del sueño, les dejo la realidad como un péndulo. Véanlo brillar. Bailar sobre la fría atmósfera inventando señales que hablan sobre silencios y espejos que no develan la última edad. Para estar solo, dentro del ombligo de una nada que no termina de fecundarnos en el miembro amado.
Porque quiero nacer de ti. Mujer. Y morir de amor cuando la fiebre crezca como anaconda dentro de mi vientre.
Vestigio del dolor jamás hallado.
Sepultarme en la mirada dilatada que busca la verdad dentro del párpado muerto. Dormir dentro del cerebro que ha dejado en su última sinapsis, el amor olvidado, como sueño de días eternos.
Porque había una vez, para que otro no te lo cuente. Había una vez en que el colibrí se hizo mujer y se hizo un coro de ánimas, en el frío corazón de un Hombre. Le amaron con velocidad, con urgencia inmediata dentro de un clóset. Le llenaron la boca con la lengua hinchada por la espera. Le tomaron del silencio y le procrearon la última palabra.
Y el hombre se hizo verbo, y habitó su adiós como poesía.
Para que nadie se lleve el extracto del sueño, bauticen su sufrimiento con el nombre falso de su camino.
Anaconda que nace de mi piel. Mutación del dolor para mantener la fe