Páginas en sepia son los recuerdos.
Hojas de papel en bronce convertidas,
por donde pasan mis ojos
abiertos sin medida, con asombro,
y suspiro al recordar las melodías
que siendo infante hacían vibrar
las nacaradas membranas del oído.
Me traen aromas y panoramas
del quehacer cotidiano y me parece
ver a mi padre descansando
después de su jornada, y a mi madre
ocupada en sus tareas de ama.
Hurgo en el vacío y en mi memoria
forjo las tardes plácidas, las horas
de ocio y de juego, y gozo de nuevo
recordando cómo, la vida era un brote
apenas abriendo sus promesas
ante mis ojos.
Páginas en sepia del recuerdo,
tan frágiles son que al querer tocarlas
se pulverizan en el éter invisible
desvaneciéndose en polvo como
si fueran partículas del praná, o como
si se tratara de pequeños y relucientes
tamos suspendidos en el aire, visibles
tan solo cuando los haces de luz
que entre las cortinas blancas
penetran las ventanas y los alumbran.
Láminas de bronce que no cejan
en su empeño de resplandecer
de cuando en cuando, haciéndome evocar
hondos recuerdos.
Livianas e invisibles páginas sepia,
como aquellas donde se escribieron
viejos versos.