Domingo por la mañana,
se escuchan sonar campanas,
por las calles las mujeres
van a cumplir sus deberes
religiosos y les aguardan
en los templos las guitarras
y panderos de alabanzas.
Domingo por la mañana,
la bendición nos alcanza...
Deja el borracho su copa,
la prostituta se viste
con su ropa de señora
(una pollera larga),
el avaro acomoda,
en su lado, la limosna,
cada uno su careta
ajusta con precisión
para vivir la emoción
de jugar a la iglesia.
Domingo por la mañana,
el sonar de las campanas
obliga a mirar la hora.
La mayoría ya dio
toda la carne al demonio,
y quieren conformar a Dios
con los huesos que dejó
después de darse el banquete,
poniéndole enorme moño
al repugnante paquete.
Domingo por la mañana,
es el día del Señor,
que nos debe soportar:
pedidos, enojos y llantos,
fingidos y desentonados cantos
y otra sarta de pavadas
(mientras espiamos el culo
bonito de alguna hermana).
Domingo por la mañana...
La bendición nos alcanza.