\"Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es\". Santiago 1:23-24
Los magos y hechiceros
dicen de los espejos:
que son portales abiertos
a misteriosos mundos
donde atrapados
espíritus inmundos
luchan por salir
penetrando este mundo
de mortales encarnados.
Pero en este mundo
de materia viva
donde el tiempo
su paso no perdona,
en las profundidades
del espejo se reflejan
virtuales objetos reales
del entorno diario.
Y al reflejar el rostro
que en él se mira,
le recuerda al portador
a más de gestos, arrugas
y canas adquiridas
al paso de los años,
y le lleva a evocarse
en otros tiempos
y en otros espacios
que el tiempo
devoró a su paso.
Se mira las tristezas
y alegrías, se observa
los pecados, y escudriña
su interior que no refleja
delante del espejo;
porque invisibles imágenes
son los recuerdos y el alma.
La carne es solo
como un papel
donde se escribe,
y el rostro y la piel,
como el cuerpo todo,
en conjunto,
son un archivo material
de hechos.
Los espejos espantan
a los niños a quienes
los mayores para evitarles
el vicio de mirarse en ellos,
les dicen que el diablo
ha de salir desde la superficie
del espejo a llevarse
al vanidoso que se
contempla en ellos.
Pero bien visto,
los espejos traen la fantasía
de aumentar el espacio
en una dimensión
desconocida y misteriosa.
Y si hay un espejo frente a otro,
multiplica los objetos
y el espacio, en una multitud
de universos desquiciante.
Y estimula la fantasía
de quien mira y aun puede
moverlo a una inquietud ansiosa.
Pero en resumen, los espejos
no son otra cosa que un portal
para la fantasía, lo mismo
si los juzga el esotérico,
que si el simple observador
absorto reflexiona,
en esos virtuales universos
que se abren. O en el rostro
propio, que le lleva a recordarse.