Carlos Fernando

Espejos

 

\"Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es\". Santiago 1:23-24

 

Los magos y hechiceros

dicen de los espejos:

que son portales abiertos

a misteriosos mundos 

donde atrapados

espíritus inmundos

luchan por salir

penetrando este mundo

de mortales encarnados.

 

Pero en este mundo

de materia viva

donde el tiempo

su paso no perdona,

en las profundidades

del espejo se reflejan

virtuales objetos reales

del entorno diario.

 

Y al reflejar el rostro

que en él se mira,

le recuerda al portador

a más de gestos, arrugas

y canas adquiridas

al paso de los años,

y le lleva a evocarse

en otros tiempos

y en otros espacios

que el tiempo

devoró a su paso.

 

Se mira las tristezas

y alegrías, se observa

los pecados, y escudriña

su interior que no refleja

delante del espejo;

porque invisibles imágenes

son los recuerdos y el alma.

La carne es solo

como un papel

donde se escribe,

y el rostro y la piel,

como el cuerpo todo,

en conjunto,

son un archivo material

de hechos.

 

Los espejos espantan

a los niños a quienes

los mayores para evitarles

el vicio de mirarse en ellos,

les dicen que el diablo

ha de salir desde la superficie

del espejo a llevarse

al vanidoso que se

contempla en ellos.

 

Pero bien visto,

los espejos traen la fantasía

de aumentar el espacio

en una dimensión

desconocida y misteriosa.

Y si hay un espejo frente a otro,

multiplica los objetos

y el espacio, en una multitud

de universos desquiciante.

Y estimula la fantasía

de quien mira y aun puede

moverlo a una inquietud ansiosa.

 

Pero en resumen, los espejos

no son otra cosa que un portal

para la fantasía, lo mismo

si los juzga el esotérico,

que si el simple observador

absorto reflexiona,

en esos virtuales universos 

que se abren. O en el rostro

propio, que le lleva a recordarse.