Feliz de aquél que no ha saboreado
en su existencia el sabor del mal,
porque cuando los dioses sacuden una casa
no hay cólera que no persiga ni alcance
hasta el último de sus descendientes.
Similar al oleaje del mar embravecido
o como los huracanes que todo lo destrozan,
las tinieblas desde los abismos marinos
gimen y hacen girar los torbellinos
que están ansiosos por devorar a los vanidosos.