Recordando la infancia podemos encontrar enseñanzas sutiles que, inequívocamente, forjarán el carácter de cada uno, para bien o para mal.
Era una familia de 5 hermanos. Todos los 5, jóvenes. En el concepto material no eran ricos, pero tampoco pobres. En el concepto espiritual eran simplemente vasallos.
Para ese gobierno, existían algunas leyes, que no podían saltarse:
—Mamá, anda, dame un refresco que tengo sed —decía uno de los hermanos—.
—Yo también, yo también —saltaban en coro los demás hermanos, alborotando el ambiente.
—No empecéis —decía la madre—: ya sabéis que los refrescos son solamente para los fines de semana. Si tenéis sed, tomad agua.
Llegaban incluso a abrir la nevera, verificando que había cantidad suficiente para todos los días de la semana, si les fuera permitido.
Todos ellos, entonces, con mayor o menor aceptación, acataban aquella determinación.
Sin duda, para los hermanos, se trataba de un sacrificio: controlar su deseo, pero este sacrificio alcanzaría su estado de gracia en aquellos “fines de semana” venideros.
Los fines de semana eran perfectos, porque había refrescos y encontraban en ellos, su “perfección”.
Pasaron muchos fines de semana. Pasaron muchos años. La nevera sigue llena de refrescos, pero ni siquiera sienten la necesidad de abrirla. Lo curioso es que mantienen aquél estado de perfección en cada “fin de semana”, disfrutando de esa simple agua.
Es una familia de 5 hermanos. Todos los 5, maduros. En el concepto material no son ricos, más bien pobres. En el concepto espiritual pueden ser confundidos fácilmente como reyes…