Se marcha el mar
Es el ocaso, el mar hace maletas,
deja el paraguas en la arena, deja el vaso
y escapa por las grietas de las nubes.
Un día volverá, pero la barba
no volverá a crecer desde esta noche,
la rabia funeral, la espesa marcha
de su ola y su ola y su ola sobre el mundo.
El mar aleja ya su campamento,
deshace el matrimonio con la arena,
le da comida al perro de sus olas
y lo escucha ladrar mientras al tren
sube saltando por la espuma, entre las conchas.
Buen viaje, le desean las gaviotas,
buen muerto, le recuerdan los marinos,
escasa piel le queda en la calvicie,
astrágalos y duendes van volando
y el pálpito del sur lo envuelve en manchas
de aquella negra noche en que ambos se entregaron.
Estoy en la ciudad sin más materia
que esta mañana gris, que un día terco
que insiste en regresar donde no hay cama,
ni trago ni comida para armarse de invitados,
el resto soledad de cuentas que no pago,
destrezas del cordel con mis camisas,
heridas en la luz igual a lagrimones
y un miedo singular a que ya nada sobreviva.
En eso encuentro al mar, aquel que ya se marcha,
mendigo o tiburón de las aldeas sub solares,
y, aunque es un sueño apenas de mi larga neurastenia,
con él pienso que voy a costas nuevas y sin barcos.
No quiero sino hallar donde lavar mis ojos tristes,
no quiero, dice el mar, sino que me ames
por lo que nunca he sido, por lo que hay
cuando deje mi lecho y junto a ti, cantando,
simplemente me vuelva golondrina enamorada.
Se dirán qué había allí, sin recordarlo,
se dirán, qué es esa voz, sin conocernos,
y en una playa sin agua ni horizonte
el viejo mar y yo levantaremos una nueva copa.
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05 02 14