Suavemente y sin que de dieras cuenta,
El destino fue tejiendo su perfidia,
Con historias y vivencias que argumenta;
La inminente deshonra de la envidia…
Porque parece que el destino nos envidia,
Por la historia, lentamente apasionada,
Gestada a la luz de la humilde guarida,
De tu profundo sueño, en la inerte madrugada…
En que tus besos me rozaban, tus caricias,
Se hacían eternas en mi alma, mis manos,
Enamoraban tu cuerpo, como a la flor la brisa;
Y mis besos se fundían enteros en tus labios…
Pero el destino completaba su ignominia,
Sabiendo claramente que llegarías a tu fin,
Consumando, firmemente su perfidia;
Dejándote a tu suerte y consumida en tu sufrir…
Porque yo fui tu primer y grande amor,
Aunque ignoraste las barreras que tenías,
Sin pensar en el futuro y grande dolor;
Que causaría, la extinción de tus alegrías…
Pero no me amaste en vano, pues dejaste algo en mí,
Tu amor de juventud lentamente apasionado,
Que me deja después de mi herida, una leve cicatriz;
Y con el amor más grande, en mi pecho aprisionado…
Me diste tu vida, tu amor, tu sonrisa y tu cuerpo,
-Como quien lo da todo, sin saber que lo hace-
Llenando de repente, mi vaso sediento de consuelo;
Y rebosando de amor, apenas en un instante…
Pero te traiciona el destino mi bella damisela,
Porque jamás podrías estar con tu primer amor,
Pues tú llama de pasión, no es para mi maltrecha vela;
Ni tú inocente alma, para mi empañado corazón…
Y viviendo grácil y soñadora, tu mejor experiencia,
Que te hizo sentir tu más grande y apasionada ilusión,
Te quedarás con otro, que no tendrá nunca mi apariencia;
-Y en su incipiente inocencia-
Jamás sabrá que yo seré siempre, tu primer y grande amor…
Arturo Domínguez. –Derechos Reservados- Febrero 2014