“Encaprichada entre estrellas rompiendo los cerrojos,
aquellos que en desvelo de sueños céreos
derriten la luz hasta su albor.
Amalgamada en suspiros etéreos
sosteniendo el vástago de un sentimiento,
ataviada en hilos de plata y sangre plañidera,
la soledad su pecho acobijó.
Posó sus alas plateadas sobre el espejo sin mojarse,
apartando barcos de sueños con utopía de naufragio,
hirió su blancura en las puntas de las rocas,
una nube azafranada mordió su circunspecta forma mundial,
dejando escapar una estrella fugaz.
Allí en la espera que se trunca, en el letargo somnoliento,
dejando las espigas de ojos rozando el vientre sagrado,
de lucero timado, astro distraído.
Espera solita la cascada de luz
que cubra su pena haciendo su tristeza invisible.”
Y Yo digo: “Es tan sencillo el silencio,
cuando cosas complejas solo enmudecen,
aletargada tiranía que sucede casi imperceptible,
sin enemigos ni murallas, hasta la palabra paz
parecería ser seducida por el descanso.
Pero puedo quebrarlo sin querer,
aunque solo yo, escuche hacerse trizas,
podría atravesarlo con mi voz y moldearlo en un pensamiento.
Esculpirlo aunque luego se desvanezca,
susurrar tu nombre y que se abrace a mi suspiro,
respirar tus recuerdos hasta convertirlos en latidos.
O callar, otra vez callar…
Cuando el silencio se monta a la distancia domando
el caballo salvaje de libertad, parecería ser imposible
que me oigas, más aún, si las cosas complejas enmudecen,
y las palabras son gotas de milagros en la sequía del habla,
Pero otra vez pienso que puedo quebrarlo,
y armarlo a mi modo…
un nuevo silencio ataviado con tu nombre,
pintado en el arcoíris de tu sonrisa,
hechizado por la terneza derramada en tu mirada,
un silencio fresco que se desprenda de mi boca
y sus alas solo encuentren descanso en tu oído,
que al acariciar tus mejillas siembren las palabras
arraigadas en mi garganta y por fin florezca el estruendo
que ensordezca al mundo al gritar cuanto te quiero.