Areundra
Recordaba su niñez
Y lágrimas de plomo se incrustaban
En medio de sus sienes.
Aquellos años de Libra,
Antes de ser mujer,
Comía amapolas con el sueño
Y sus pies la hacían reír al entonar ondas en el arroyo.
Bruñía su piel en el aliento de la libertad,
Al ritmo de una ancestral locura.
Reía Areundra por su pecho naciente,
Por sus contornos a la deriva entre su ropita
Y por los vientos de febrero rizando sus pestañas.
La inocencia no es un ave que haga nido
Y Areundra se hizo mujer de muchos besos.
De semillas diversas,
De sendas distintas,
Y siempre germinaba en geranios y aguavivas
En las faenas de sus amantes.
Nunca savia, nunca colibrí.
No portaba Areundra realidad
Ni ideales de cascara dura,
Ni creía en tantos dioses,
Ni tantas verdades;
Era más simple que todo eso.
Era señora del beso, su mejor bestia de carga
Y su mejor luna;
Ella misma era marea y era lobo.
A veces tierra, a veces guijarro.
Nada detuvo a Areundra
En este cielo de virtudes escarlata,
Nada lo hizo,
Hasta que bebió su infancia:
Desenraizó la infusión de yerba diabla y ají,
del cuenco de sus labios,
Y se volvió signo de sangre
En el fondo de las piedras
Del viaje acuoso de los muertos.
Los Nardos cantan su fe,
De saber que la vida no existe
Si al aliento de mujer no lo acompaña un beso.