El ocaso del sol alumbra la oscura estancia...
Donde por vez primera probé tus labios rojos...
Dentro del corazón, al recordar tu fragancia,
Surge un mar de lágrimas que me nubla los ojos.
Aquella dulce tarde llegaste conmovida
Envuelta en el decoro de tu vestido rosa;
Cuando te lo quitaste, te vi tan complacida,
Al mostrar tu fino y esbelto cuerpo de diosa.
Qué rosas de armonía descubrí aquella tarde,
Cuando sobre mi lecho, ardiente me mirabas
Insinuaban mis manos, en un lírico alarde,
Caricias desbordantes mientras que suspirabas…
Besé amapolas sobre tus senos palpitantes,
Aspiré la fragancia de tus rojos jazmines,
Me embriagué de placer largos y dulces instantes
Al oír la melodía de lúdicos serafines.
No sé cuántos suspiros exhalaste sonriente
Hasta que te quedaste plácidamente quieta,
Sólo sé que inspiraste con inquietud creciente
La canción que hoy entona mi lira de poeta…
Perfumando la tarde muy pronto te perdiste
Al fondo de la calle, con paso apresurado...
Mis ojos te seguían con la mirada triste
Al tener que alejarme tan pronto de tu lado.
José Bernardo Romero Núñez
BERNA