Ya está en silencio
la noche fría,
ya se fue el gorrión
hasta el otro día;
y la sombra oscura,
ladra a la Luna
su horizonte
de verde aceituna.
Camina el compadre
en el invierno inclemente,
que si no falla el narrador,
es por el mil novecientos veinte.
El perfil presagia sangre,
...y ante la pelea inminente,
su extraña mirada parece indiferente.
Lleva boina calzada,
y lo salpica en su piel,
la garúa helada.
Va con la mano en la daga,
rozando con los nudillos
el crucero,
como cubriendose
de algun brazo ligero.
Viste saco negro...
son negras las alpargatas...
lleva faja negra,
y bombacha batarasa,
pañuelo de seda al cuello,
y los ojos de gato mañoso.
Cuando la luz del refucilo,
ilumina por un instante,
voltea la mirada de lado a lado,
girando el cogote como búho,
para espiar con atención
al otro peleador.
Se oye el choque del acero,
y bailan las alpargatas,
en la humedad del suelo.
Como para quitar chance al perdon...
se oye en las sombras,
un grito postrero,
poniendo alas a la pasión del duelo.
En ese momento
estalla la tempestad,
...trayendo el resuello
de la piedad.
Los que esperan
se habrán olvidado,
antes que cante un gallo,
del que ha matado,
y del que está tirado.
Se derrama el aguacero,
arrastrando correntada,
y el agua borra la sangre
que atrae a los perros,
y a los maullidos
de los gatos callejeros.
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