Agonizaba la noche. Te abrazaba como nunca. Aún faltaban dos horas. Bajaste del auto naturalmente. Entraste y te acomodaste. Tapé mis ojos. Entrelacé mis brazos sobre tu cuello. Sentí tu hocico. Te dormiste. Era la única alternativa. Expiraste. Y comencé a sentirme sola.