Te quiero.
Te quise desde el primer momento en que supe
que el querer existe.
Antes de que naciera.
Cuando el cariño ya existía
y besaba a la vida en la mejilla.
Después comencé a adorarte.
Te adopté como doctrina
para cumplir por ti penitencia,
porque supe que tu piel es el cielo
y en tus labios está la vida eterna.
No esperaba tenerte, aquí, conmigo,
pero siempre fue mi deseo.
Te miraba plena e inalcanzable
porque amar es tesoro bendito
y yo ya he pecado mucho.
Creí por tanto tiempo que la soledad era mi fuerte,
después tu irrumpiste con tu compañía.
Entonces descubrí que te quería.
Creí que el amor era omnipotente,
pero ahora lo veo arrodillarse a tus pies
y besarte la mano.
Yo se que naciste bella para ser alabada,
que del rosal caen por ti los pétalos rojos
para hacer de ellos tu alfombra,
se que tu paso es inmenospreciable
y que por eso la tierra se cubre de verde.
Aprendí que la belleza no se ve con los ojos
si no con el pecho, pues es quien
descubre la verdadera belleza.
Aquella que causa sismos en el alma
y los refleja en un pulso desesperado
que convierte al corazón en un ave
ansiosa por salir de su jaula.
Hermosura que consume el aire circundante
y deja al hombre al borde de la asfixia.