El resplandor se queda sin brillo. Cruza la noche y no me brinda esperanzas. En la oscuridad hay gritos sin dueño. Necesito la fuerza de tu luz. El primer hervor dorado del día me eleva, etérea, a una nube. Veo una estrella fugaz que ya se apaga, sólo puede brindarme un deseo. Casi no alcanzo a nombrarte y vos, espléndido y radiante, ya opacás al sol, que, humillado, se sumerge en el ocaso.