El enigma del tormento
¡Como furia de épicas barbaries
gigantescas cien alas son los tormentos,
nubarrones con decrépito factor impelen,
esos, los cien monstruos de los silencios!
Que cien carniceros a los cuentos son martirio,
a los sueños, a las acuarelas, a los vientos del sur…
Que siempre activan a los céfiros negros,
y que siempre horadan a los huesos frescos;
dormitan en la placidez de la inmaterialidad,
ateridos, escondidos, estos inefables arcanos
de la vorágine de las sombras de un destino incierto.
¡Mucho escamón de lustroso lábaro!
¡Y nunca arrumaco de cuna blanca!
Ese secreto dilapidar mil veces mi sangre fresca,
cual vampiro solitario que huir de ballesta negra,
y que me llama mil veces en mis ensueños,
y me atormenta en la vigilia que a veces dudo...
¡Oh humanidad! Aterrado panteón de muertos,
saciarte con la piel de mis despojos
no me eximirá de la eternidad…
Mas, en el holocausto de mi pasión en llamas
me ahogaría el frenesí
de respuesta blanca a pregunta negra:
Si cruel tormento triturar mis miembros
¿Quién soy yo sobre nube blanca?
mirar a la tierra de dolor contrita,
al fuego que enerva y a la vez extingue,
y a la navaja que zumba, impacta, y entierra
a los sueños en la tumba del demente cierto...
Así, arropados de infolios en un ingrato amanecer
miraríamos a los cuerpos huyendo del sueño, de las acuarelas,
hacia el túnel de los silencios (la indiferencia);
a la mansión de los afligidos (el consuelo) ay!
De estos cimarrones me elevare solitario,
de umbrosos cuervos hasta el cosmos,
-dimensión ajena de sombríos y mudos dioses.
Y me fuere después de los tormentos,
tras las lunas apagadas
llevando mi devoción pegada al alma,
con una lagrima en los bolsillos
¡Y una piedra como esposa!
Tal vez me vaya peregrino
buscando a la tierra parecida al mar
tras el perfume de los huesos que perdí,…
para después volver y gesticular mis prosas negras,
y beber vino griego de verano al final de la jornada,
y comer el asado que me quema al alma
junto al Cristo, el más antiguo, que me llama…
Y volver al fin
después de fatales turbonadas
para apartar de la niñez pesadillas de ogros y fantasmas,
de los horrores homicidas embroncados
con la inocencia, con la justicia y con la paz,…
¡Y el grito libertario de las masas ¡libertad!… y aún más...
¡Oh! sol, que brillas hoy, intenso y sin menguar,
volver así, y de repente, cualitativo, frágil y solo
De mi acaso ¿ya nadie se acuerda…?
Autor: Santos Castro Checa
Rudavall: ¡luz y sombra!
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