Con los ojos entrecerrados cada noche veo lo mismo. Una fogata colorada rodeada de una esfera chocolate. Cuando los cierro, el carmesí entibia mi corazón y el chocolate nutre mis entrañas. Cada amanecer, el rojo, excedido, imprimió sus marcas. Y el tinte amarronado aún no cubrió mi alma desnuda, apresurada de ansias.