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El maestro y la Mente IV.

—Queridos discípulos —pronunció el maestro—: mañana seremos anfitriones de nuestros amigos de la villa vecina, así que os pido, por favor, preparar con cuidado el ambiente.

—Amado maestro —preguntó un discípulo—: el maestro de esa villa no es aquél que hizo una crítica a vuestro modo de actuar en la última visita?

—Así es, querido discípulo —confirmó el maestro—. Pero eso no importa, porque confío que él haya cuidado mejor de su jardín.

—Su Jardín? No lo entiendo…—indagó el discípulo no escondiendo su ignorancia a lo que el maestro se refería. 

—Bueno pues, os lo explicaré:

«Nuestra mente es un jardín. Nuestras palabras y acciones son las semillas. La forma de cómo nos presentamos frente a los demás es el viento —como esparcimos las semillas —nuestras palabras y acciones.

«Si quieres tener un hermoso jardín, tienes que ocuparte de su cuidado. Limpias el terreno preocupándote que cada hueco y cada espacio puedan ser rellenados con buenas semillas. Las buenas semillas germinarán en hermosas flores. Las hierbas malas —malos pensamientos— en un terreno limpio y bien cuidado difícilmente brotarán, pero siempre estarán ahí, flotando en el aire.

«Puede que a alguien no le guste tu jardín, que critique el tiempo que gastes en él, pero conserva tu meta y objetivo: no lo cultivas para nadie, solo para ti, solo para tu Dios interior.

«Es tu forma de reverenciar . Tú ya sabes que teniendo buenas semillas será eso lo que vas a esparcir.

«Si ves a un jardín descuidado, intenta con tus buenas palabras esparcir esas semillas de amor, aún cuando ese jardinero esté preocupado con otras cosas. Esas semillas no se perderán, ya que quedarán flotando en el aire hasta que el jardinero note la falta de atención al cuidado de su jardín. En tu papel de viento has hecho lo correcto, lo posible y lo debido. No te corresponde juzgar, ni tampoco el crédito si ese jardinero un día decide cuidar. Él lo ha decidido, no tú.

«Pero lo principal es que cuides, primero, de tu jardín. Porque si no sabes cuidarlo, cómo vas a querer que otros hagan lo que tú, con tu ejemplo, no eres capaz?

—Lo que me hace recordar: no olvidéis las flores para la bienvenida. —concluyó el maestro.