En una gran ciudad había una plaza, donde siempre había muchas palomas.
Casi todas las palomas eran blancas, aunque algunas eran grises o marrones.
A esa plaza iba todas las tardes un señor a llevar comida a las palomas; era un señor que pasaba la tarde entera entretenido con las palomas, a las cuales trataba con mucho cariño mientras le daba comida. Nadie sabía el nombre del señor, pues todos le decían: El señor de la chaqueta marrón.
En realidad no era solamente marrón su chaqueta, pues su pantalón, sus zapatos, y hasta una gorra que usaba, era del mismo color, tanto así que parecía un chocolate andante.
Cada tarde cuando terminaba de dar comida a las palomas se retiraba tranquilamente en dirección a su casa.
Cuentan que una tarde cuando el señor de la chaqueta marrón iba rumbo a su casa, una de las tantas palomas de la plaza decidió seguirlo; seguramente para ver donde vivía y poder así buscar la comida cuando el señor de la chaqueta marrón no pudiera ir a la plaza.
Como era de esperarse, un día el señor de la chaqueta marrón cayó enfermo y no pudo llevar comida a sus amigas voladoras en la plaza, y ellas, guiadas por aquella paloma que sabía la dirección de donde él vivía, llegaron hasta su casa e hicieron en ella un inmenso palomar.
Desde ese día el señor de la chaqueta marrón no pudo volver a la plaza; seguía enfermo y eso le impedía caminar, por tal razón solo se asomaba a la ventana de su casa y desde allí arrojaba comida a las palomas que decidieron acompañarlo hasta sus últimos días.
Aún a lo lejos se ven las palomas, aunque ya no se ve el señor de la chaqueta marrón, ellas siguen allí volando y volando en aquel inmenso palomar.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo Venezuela