Es una tarde gris de invierno
Y camino por el campo solitario
Entre romeros y espartos;
Soporto un chiriviri ligero
Y un frío y molesto viento
Que entumece mis huesos.
A lo lejos, y sobre un gran esparto,
Sobresale una vieja capa
Y a mis oídos llega
un sonido de cencerros;
Llego a su altura
y bajo la vieja capa veo,
una tez arrugada y dura,
que disimula la mirada,
que ni se inmuta cuando habla,
que esconde… su edad exacta.
Converso más que con el pastor con la capa,
Y haciendo gala de su oratoria llana,
Me narra lo extensa que es su jornada.
Empieza muy temprano,
Llevando de un barbecho a otro el ganado,
Y terminará cuando el sol se nos vaya.
Aunque apunta “yo no hago nada”
“Son los perros los que trabajan”,
Pero se desgañita para que lo hagan.
Sopla con más fuerza el viento
Y se oye un fino y débil berrido,
Como una queja o un lamento;
Rafael, que así se llama el pastor,
Apoyándose en su cayado se levanta
Y presto se dirige a una mata.
Se escucha un segundo berrido,
Mientras, él llega hasta la cabra
Que ha parido dos cabritillos.
Con que destreza la madre
Los limpia con la lengua
Y ellos vivaces pero asustados
Se cobijan tras ella.
Sigue el viento y la lluvia fina
Y los cabritillos se incorporan
A cuatro patas a su nueva vida.
De frío tiemblan y…
Sus torpes patas
Parece que se quiebran.
El pastor, atento y sabio,
Coge de su zurrón un saco
Y mete a los cabritillos
Con la ternura de un padrazo.
Sigue Rafael su camino,
Dando órdenes a sus perros,
Agitando su cayado;
Y en la otra mano el saco,
Acompañado de la madre
Que no se aleja de su lado.
Se pierde el rebaño en la lejanía
Ya solo se escuchan sus esquirlas
Entre romeros y espartos;
Y el milagro de la vida
Se inicia de nuevo
bajo una vieja capa y un saco.
Elda 12 de Febrero de 2014
Jesús Gandía