¡Oiga usted!
¿A quién, a mi?
¡Si, a usted, a usted!
Usted que habla con tanto desparpajo,
como oveja que bala o cencerro sin badajo,
con tanto gracejo y simpatía,
usted, señor, usted que cualquier día
se sube al púlpito mandándole al carajo
al dios de las ideas.
Y que se regodea
viendo como a su alrededor algunos ciudadanos
en su entorno pululan
como abejas revoloteando en torno a su panal,
-familiarmente llamándoles hermanos-
igual, igual,
que en cada frase sin sentido sonidos eyacula
pero que suena bonito
y así poco a poquito
va promocionando su propio chiringuito
y sin parar haciendo caja
sin importarle trampas hacer en cada carta en la baraja.
Usted que es señorito
y ante su auditorio se presenta
humilde, aunque es burgués, avaro y ambicioso,
pero que presume de ser desprendido y generoso,
y sólo a sus intereses representa.
Que públicamente a sus acólitos halaga,
aunque en su foro más íntimo desprecia,
una sabandija es. Y en su patraña
maravillas les promete y les engaña.
Y si alguno se queja,
como una miserable comadreja
da la espalda, corre y deja,
después de haberle sacado las entrañas.
Es usted de sentimientos un explotador,
ladrón de sueños, vendedor de cuentos,
y de esperanzas ciegas.
Señor embaucador,
aunque reconocer no quiera o a mi ponga pegas,
que usted es la más repugnante alimaña es lo que siento
¡quede, pues, dicho aquí o reviento!