Yo era en mis sueños don Quijote
un audaz y valiente caballero
fiel a las damas y en la guerra fiero
de viento de los molinos el azote.
Armado de mi casco y mi coraza
iniciaba una excéntrica aventura
entre pícaro y descarado caradura
un día era de febrero en una plaza.
¡Santo y seña! grité, ¡quién anda ahí!
¡Identifequense ya, alto o disparo!
Un triste padre soy que está en el paro,
respondió, perdón, apiádese de mi.
-Permitan que una licencia incluya aquí,
pues yo no usaba pistola sino lanza,
aclaración que hago con voz en off,
la voz de mi escudero Sancho Panza-.
¡Vade retro, de mi no huyais, cobardes,
arrodíllense y pidanme clemencia,
si a vuesa merced le queda aún decencia
de este caballero andante non fuyades!*
Que no son malandrines, dijo Sancho,
sino un grupo de parias sin sustento
que molinos no hay ni aquí hay viento
lo que los pobres buscan es su rancho.
¡Apártate de ahí! Pues ni mil gigantes
apaciguar podrán mi ardor guerrero.
Dile de espuelas a mi caballo rocinante
para en un tris tras caer, besar el suelo.
¡Válgame dios!, Sancho gritó
al verme a mi en situación tamaña,
ni invocando a Dulcinea en tal hazaña
evitar pudiera el porrazo que se dió.
Quijote de hoy soy, me siento solidario,
departiendo con los parados la pitanza,
a mi lado mi sirviente Sancho Panza
anunciando está su salida del armario.
¡Caray con mi escudero! Tal situación
jamás se leería en el mayor imaginario,
ni a Cervantes se le ocurrió. Y creo yo.
que sólo aparecerá en este poemario.