No es fácil escribir cuando es la noche una casa de huéspedes
y al abrir las ventanas se iluminan
los campos de frambuesas,
no es fácil escribir porque a esas horas
se te llenan los ojos de cucarachas rojas
y es como si tuvieras la memoria de un grillo disecado
y los dedos y el alma y los teléfonos
huelen a mandarina.
No es extraño que a veces la tristeza
ande sola en la casa,
se cuele como un pájaro bobo en la cocina,
revuelva las cajones y utilice
tus libros, tu espuma de afeitar y tus toallas,
no es extraño
que alguien se decida a marchar o que pretenda
buscar un horizonte más allá de las cumbres y pasar
el resto de la vida al otro lado
sin licencia de nada,
sin dioses,
sin amantes,
sin luz, como cien árboles cogidos de la mano
mientras pasan los largos inviernos boreales.
Resulta comprensible que un poeta renuncie a ser poeta
cuando siente en sus versos las gafas del forense,
cuando sabe que tiene a los castaños de indias
aparcando a la puerta de su casa.