Papá no estás conmigo no tengo tu abrazo tan apretujado y cálido, tus manos firmes que me sostenían como aquellas mañanas que caminábamos acompañados por el lucero del alba, hasta la estación para tomar el tren.
Eran mágicos momentos. Sublimes, fueron para mí el mejor premio .
¡De Junín a Buenos Aires!
No tengo tu palabra que tanto me alentaba.
Cuanto te extraño, cuánto extraño todo.
El lucero ya no es el mismo como cuando niña, antes era más azul más brillante más grandote.
Te extraño... como extraño la frondosa arboleda plantada en el terreno.
Ese inmenso parque, que me vio pasar tan enamorada de la mano de Luis.
Y fue el asiento de tantas travesuras mientras se hacían grandes Juan Francisco, Macarena y sus amigos del barrio de Carapachay.
Largas tardes de mateadas, nochebuenas reunidos todos en torno a la mesa familiar.
Miro la foto y quisiera volver el tiempo atrás...
No tenemos ya, ni los árboles, ni el verde brillante que enriquecía nuestras miradas y nuestra alma. Ellos nos acompañaron mientras crecían al paso del tiempo, meciendo sus ramas al compás del viento agudizando con el temblor de sus hojas el violento silbido que me hacía sentir la voz de Dios y yo me acurrucaba porque tenía miedo.
Ya no más los nidos donde las aves empollaban sus pichones, ya no más sus trinos despertando nuestros sueños ya no más el pasto acolchonado haciendo cosquillas en mis pies cansados refrescándome generosamente.
El terreno ya no es más todo eso, ya no está la sede del minúsculo bosquecillo que nos hacía compañía y hacían más puro el aire que respiramos, ya no más, porque han muerto, como mueren los árboles, erguidos orgullosamente de pie, mientras su savia en férrea resistencia contínua latiendo. Ya no están los árboles añosos, porque sin piedad, han sido derribados, uno a uno, a golpes de machete, quemados luego sus leños mientras ardían en queja sobre la madre tierra que día a día alimentó sus raíces.
Hoy tal vez han resucitado, viven y mecen sus ramas, en otro universo de luz, donde vos papá te sentás al pie de un árbol coposo y, junto a mamá, hacés que rezongue algún tango, tu viejo y sonoro bandoneón.
Cuánto te extraño papá, yo extiendo mis brazos y echo a volar el alma mía hacia vos para abrazarte otra vez, como antes.
Esta noche, en mis sueños, nos encontraremos vos y yo, me llevarás otra vez de la mano, girando y girando dibujaremos pasos al ritmo de un dos por cuatro.
¡ Al fin bailaremos un tango!
Elida Isabel Gimenez Toscanini