Presentía el destino
pero lo desconocía,
en larga espera
nuestro encuentro presentía,
todos los días
acababan tan suspirantes
como el adiós en un andén
de dos amantes;
las noches aparecían
cargadas de sollozos
tristes y arreadas
por corceles perezosos.
Eran los espacios verdes
un largo vacío,
siempre desnudos
de tu sombra; amor mío,
todas las sendas
al sueño ingrato se abrían,
en el aire espeso
mis rimas desaparecían.
En mi ser había
dos orillas para un solo llanto,
una playa solitaria
para un solo canto,
donde siluetas de olas
con tanta inocencia
refrescaban el ansía
que tenía de tu presencia.
En la espera impaciente
que me agobiaba,
con vigilia de todos mis sentidos,
esperaba…
Reconocí el germen
del tiempo venidero
en el palpitar del sol
y la luna placentero.
cantos de luces doradas,
llenas de ilusión,
invadían los dominios
de mi amante corazón.
Lo más cercano a mi vida
eran figuras lejanas,
solitario y pensativo,
pasaban las semanas,
hasta que apareciste
como en un cuento de hadas,
con tus ojos tan lindos,
con tiernas miradas…
Reconocí en tus ojos
lo que siempre anhelé,
frente a mi he descubierto,
aparte de mi fe,
con flores adornado
con inmenso primor
el espacio encantado
donde reina el amor.
Nuestros seres,
sin apenas darnos cuenta,
se convirtieron
en la fuerza
que alienta el sentimiento
que reúne a nuestras vidas;
creando imágenes ensoñadas,
revividas,
dentro del paisaje
de dos almas solitarias,
que nos iluminan
con ondas incendiarias.
Junto al lago
de verdes lirios adornado,
sobre un lecho,
como nenúfar perfumado,
entregamos palabras,
suspiros, labios...
y en el espacio personal,
sin resabios,
los astros dieron forma
a nuestros deseos,
vinos selectos de ternura,
entre devaneos,
nos fueron servidos
por Afrodita hermosa
en la copa de amor
que custodia la diosa.
Fuimos prisioneros
de un solo ensueño,
mi corazón cantaba
al sentirme tu dueño.
Descubrimos
en un instante inolvidable
el ritmo del amor
sublime e inexorable.
Y... ¿quién podrá alejarse
en el despertar?
Tu mirada traviesa
renueva el palpitar,
tus labios me llaman
sin decir nada,
mis deseos
arriban como llamarada…
José Bernardo Romero Núñez
BERNA