Tú, inútil quejido
de un estrafalario recuerdo,
extraviado entre los recovecos
de un andén viejo,
despoblado
y abandonado por la mente.
Tú, con tu andar perturbado,
esperas sin traje,
ni horarios,
ni tiempo,
por el tranvía que te llevará
al destino de los sueños.
Tú, esperas en el parador de la memoria
escondida en una vigilia baldía
de la carne,
de las venas,
de las arterias
y los huesos.
Tú, esperas por ese tranvía
que se mezcla con el febril silencio,
con el mutismo de las horas,
con el pulso de un aire oxidado
y muerto.
Tu espera será eterna
en el oscuro hoyo
del andén de un pensamiento.
¿Por qué esperar en vano?
¿Por qué no sacas boleto
para viajar con las lágrimas de los párpados,
entre lumbreras y ventanas cerradas
por los moribundos bosquejos
de la lluvia cenicienta de un cielo?
¿No te cansas de esperar
por ese vacío tranvía
con la cacofonía de una hendedura,
confinado entre palabras mudas
y sin aliento?
Entonces inútil quejido
de un perdido recuerdo,
has las maletas y parte hacia otro cuerpo.
No quiero ver tu rostro de ceniza
en el armario,
donde guardo a los trajes de gala olvidados
para asistir a fiestas que no presencio.
No quiero sentir tu corazón palpitante que gimotea,
aquí,
en la carne,
en las venas,
las arterias
y los huesos.
No quiero oler tu aroma diario
de velamen ahorcado
sobre la tierra varada en la penumbra
del ensueño.
No quiero presenciar a tu espectro en las alfombras,
cortinas,
desvanes,
pórticos
y muebles de una identidad
devastada por el tiempo.
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