Cuando venga por mí
La muerte sombría,
Que me sepulten en la cripta
Donde yace la poesía,
Donde se secan los llantos
Y las almas transcritas.
Al llegar aquel día,
Donde los rosarios se rezan
Bajo el velo de mis cantos,
Que aquellos amores sean
Mi legado.
Cuando mi pluma cese su pálpito,
Y su sangre ya no prospere,
Que las estrellas no detengan su hábito
De salvar a quién les procure.
Que sea mi última cena,
Aquel rincón entre olas,
Donde me escondo a solas,
Para saborear la dicha y la pena.
Que me acompañen auroras,
Y comensales poetas,
Con vino, y alguna faena.
Que me siembren donde
Sembraron el poema,
Donde esa semilla olvidada
Sea mi féretro y molde,
Donde el alba póstuma
Ya no sea de sentimientos
Perdidos en la nada.
Poetas después de mí,
Escuchen mi plegaria.
No pisen la tierra
Donde la poesía fue sepultada.
Ahí estará el alma de los
Poetas muertos, dolientes
Y hambrientos.
Ahí estará, firme y húmeda,
La pasión que en tus tiempos
Ha sido ignorada.
No pises las flores amigo poeta,
No ignores la lápida sin nombre,
Pues alberga la historia completa,
De quién algún día fue un hombre.
Y cuando llegue aquel momento,
Cuando garras del caminar
Del tiempo
Vengan tras tu paso,
Y tengas miedo,
No puedas respirar,
En ese cruel e inexorable segundo,
Siéntete satisfecho
Y contento,
De qué yacerás
Con tus viejos colegas,
En el arte de arder
Y de rumiar.
Sonreirás a la dama frívola
- Atiende mi orden-
Que sin pena
Ni congoja,
Vendrá a tu diestra
Para tu pluma callar;
Y le darás un beso en
La gris boca,
Y cuando sus huesos sonrojen,
Le obligarás con tu alevosía,
Que te haga llevar,
Hasta la cripta perdida
De tu amada
Poesía.