Como un demonio destronado del paraíso
espero el exorcismo de la oscura mente.
Debato con los pesados vicios
que anegan con su cáliz mi cuerpo.
Respiro la herrumbre del fermento,
la desazón hipogastrio
que me asigna la copa del tabernero.
Ebrio ando por los vergeles
y siempre amanezco entre los excrementos
de estos sueños y sus alburas.
Como un rey sin corona, soy peregrino
de la gula, siempre hambriento
por ese codicioso néctar de mohos rancios e infectos.
Adicto a la decadencia y a la desidia
del infecundo lecho que alberga mi espacio-tiempo.
Lamo la mano de ese tabernero por un vaso más,
por una última sobra en el fondo del vaso,
por la última colilla colmando el cenizal,
por el último roce de la meretriz y su busto,
por el último orgasmo de la vagina del cielo.
Así comienzo los días,
con la espesa resaca de un árido incesto,
con el sabor amargo y a la vez dulce
de los mundanos sentimientos,
con el rastro gandul que deja
mi sombra en el espejo.
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