No estoy cansado de su compañía
vanidosa
y a veces fúnebre
como ponderada,
pero lo estoy
cuando atravieso el tedio
y empezamos a jugar
al juego en el que siempre gano
y como buen perdedor
saboreo la prez empalagosa
de la derrota
por tratar de ser yo un vencedor
y burlar su solaz preparado
para conmigo.
La soledad hiere
y su intensidad
depende de la inmensidad
con que los ojos la miden.
Voy acomodarme en la otra soledad,
la sensata,
que nos pule
de toda polución.