Te dijeron que no había que mentir
y te hablaron de decencia...
y también que el Niño Dios
te traería regalitos navideños,
que dejases tus zapatos en la puerta,
(¡y les creíste todo en tu cándida inocencia!)
-“Dice papá que no está...
(la que no está es mi mamá);
él, no sé que hace con la empleada,
porque hace una media hora
escuché que la llamaba...
a mí me mandó a mirar televisión,
ellos ríen en el cuarto
y la puerta está cerrada.
Algún día creceré y entenderé
¡lo que ahora es una gran contradicción!”
Sí, te dijo tu papá, que algún día entenderás
porque tú ¡también eres varón!
Y te enviaron a la escuela, al colegio,
a taekwondo, a inglés, y, por supuesto,
no faltó computación;
en modales y etiqueta te ilustraron,
atendían con esmero a un futuro imaginado,
en que tú, con excelencia, progresabas,
aceptando los valores (pecuniarios),
y las metas e ideales
que sus mentes consagraron.
Para cuando te sentiste asfixiado
ya era tarde... ¡hasta te habías casado!
y tenías unos hijos (a los que ni atendías
porque, ¡claro!, ¡era tanta la lucha por la vida!)
Fue muy poco lo que pudo
hacer por ti aquel sicólogo,
y tampoco te calmaron
las caricias y los besos que te daban
esas chicas que llevabas
una a una a los moteles,
sean vecinas, sean empleadas,
¡si hasta hubo una prima!,
a la que ahora evitas mirar en la cara,
(aunque ella ríe y no dice nada).
No te sirvió cubrir las metas
ni cumplir con los sueños
de “progreso” socialmente aceptados
y un gran vacío hay en tu pecho...
Nunca entendiste ¡porqué mintieron!,
¡si te decían que no es correcto!
Deambulas como zombi por las calles
que acompañan tu ignorancia,
y no vayas a llorar, ¡porque nadie
hará caso a tus lágrimas!