María

Refugio

Cerré los ojos. El sufrimiento era profundo. Atardecía. La  oscuridad se acercaba. Y el castillo de la noche  comenzaba de a poco a encenderse, irradiando belleza. Amante de la madrugada me perdí entre lirios y claroscuros. El reflejo de la luna era mi cómplice. Llegué a un pequeño lago, bordeado de colores. Cristalino como las pupilas de aquel amado, me devolvió una imagen grácil y feliz. Había encontrado Mi Lugar. Desplegué  mis alas y volví, sonriente, plena. Tenía una firme convicción. Ante cualquier atisbo de dolor ya contaba con un camino marcado, una amiga cómplice y un húmedo y colorido hogar.