Yo tenía un libro que rumiaba
un dolor de siglos.
Era un mundo de guijarros y letras perdidas
en una selva seca.
Al pasar la vista por la sombra de sus letras
una terca canción deshilvanada
irritó mi piel como el himno de un zancudo.
Lo llevé a juicio y quise condenarlo
a una amputación de sus hojas, que maldije.
Una andanada de espinas luminosas
perforaron el ojo de mi memoria.
Me armé de paciencia para invocar el corazón de sus palabras:
\"¿Por qué no puedo leer en ti?\"
El libro guardó silencio.
Pasó rodando una enorme sandía por sus jardines
y por dentro, abriendo su corazón
una hormiga descalza hacía señas.
Más allá de un nubarrón de plomo
una lágrima evaporaba mil colores
y en el fuego de luces danzarinas
la esperanza despertaba en un nenúfar.
Comprendí que era indigno de aquél libro
y quise devolverlo.
Mis manos se llenaron de tinieblas
El Espíritu me dijo: ¡Voltea la hoja!
Y así, con mis dedos congelados en la culpa
me hice eco de su voz.
Amanecía.