Todavía siento el aliento
que brotaba de tu garganta
y que calentaba mi cuello.
Tus manos tímidas y temblorosas
que recorrian mi cuerpo
para quedarse en mí pecho.
El delicioso manjar que probé
de tu vientre y el sudor
que corría por tu espalda
y bajaba por tu columna vertebral.
Tu corazón exaltado y tú
cuerpo excitado por la experiencia
vivida quizás por primera vez.
Fue cuando la luz se apago
y la oscuridad nos abrazo
para que al sonido de un gemido
nuestros cuerpos se unieran
y fuéramos uno... ya no dos.