Estragado por el postrero sorbo de la mandrágora,
desovillo mi esqueleto tumefacto para jugar a la peonza
cuando la orquesta toca el último vals del ahorcado,
y con la soga del cadalso bien ajustada al cuello
eyaculo el semen con un giro de cabeza involuntario.
Desperezándome la inquina que me acaricia suavemente el gollete,
caliento mi estómago con un largo trago a la cornucopia del miedo,
y entre arcadas vomito una ráfaga de filfas que caen como fuego griego
sobre los sicofantes del nuevo orden establecido, quemándoles por dentro.
Los gusanos del mañana devorarán la carne podrida y abotargada
del cadáver del nonato que yace inerte junto a la guadaña,
con mentiras que corroen sus huesos
y verdades que le salen por la boca como espumarajos
con el horrísono zumbido de una maraña de moscas.
En el templo de la virtud desvirtuada
se levantará una pirámide de calaveras en honor a Moloch,
dios de los niños incrédulos,
con un letrero a la entrada donde se lea, en letras bien grandes:
"Bienvenido al país de las mentiras,
donde todo es posible".
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.