Escribo, porque mis palabras te han tocado el corazón más veces que mis manos.
Y en mis desvelos de luna llena, de calma taciturna y sonidos espectrales, siempre está presente tu recuerdo. Esa cara de impaciencia, de soledad, de agonía.
Los pétalos de rosa con tu aroma, la caja del sonido de tu voz, los ecos, las nubes y sus formas, tu espíritu que vuelve y me roba otra vez el sueño.
Escribo, cada vez que te extraño. O te extraño cada vez que te escribo. Todo es tan difuso cuando pienso en ti.
Todo es diferente, los pájaros revolotean, los árboles se agitan y la lluvia se impacienta. No existe el silencio en el hábitat de tus memorias.
Cuando duermo, cuando despierto, a todas horas, te escribo. Porque así es como siempre te tendré conmigo, aunque la vida sepa y yo también, que me miento al decirlo.
Escribo, porque me he enseñado a plasmar sentimientos, porque el cielo se estrella al caer la noche. Porque tu me inspiras, porque tu me matas, porque me das vida.
Y esta tarde oscura anhelante de letras, te escribo aunque sepa que tu no me leas.