El amor de un terco
I
He preguntado a los dioses paganos,
mudas figuras de fango con greda:
¿dónde reside tu cutis de seda?,
¿cómo encontrar los confines arcanos?,
íntimos tules de sueños lejanos…,
¿dónde buscar a la efigie de Teda?
Nunca nombraron al cáliz que hospeda,
sol que ilumina los suelos profanos,
luz de los ojos del cielo, alborada
diurna con nimbos colmados de fruta
dúctil y miel de colmena almendrada;
nunca indicaron que el goce y su ruta
pasan de frente en mi ciega mirada;
yo no veía tu flor impoluta.
II
Yo no creía en la flor del capullo,
canto de Venus, poesía famosa;
siempre codicie beber su pomposa
pócima, néctar de un mar con marullo.
Pero un palurdo sentir y su orgullo
asgo el polvillo feraz de la rosa,
ciego me hizo al creer en la fosa
negra y vacía de dioses sin grullo.
Muchos caminos surqué derrumbado,
triste marché por el limbo sin verte,
yo pretendía tu cuerpo soñado,
ella danzaba en la lágrima inerte,
muerta en el alba de un Sol alabado.
¡Fui un grosero por no comprenderte!