Miedo tengo sólo de volver a verte. De volver a preguntarte, miedo a hablarte, miedo a contestarte, miedo de volver a verte.
Miedo de decirte, miedo de pensarte, miedo de murmurar, miedo de temblar, miedo de sollozar, de no poderte ni mirar.
Miedo de recordar y de acordarme, de recordarte, de imaginarte, de verte mirándome, de verte juzgándome, de verte negándome y de verte acechándome.
Miedo de imaginar, miedo a equivocar, miedo de tropezar, miedo de fallar. Miedo de tener miedo. Pero; sobre todo, miedo de volver a verte.
Miedo de confundirme y de confundirte, de confundirnos y unirnos, de mezclarnos, de pensarnos, y al final, de separarnos.
Miedo de la tarde que vendría, miedo a decirme “no podría”. Miedo de la lluvia, miedo por el cielo, miedo por tu hora, miedo de tu tiempo. Miedo de tu ida, miedo al sentimiento, miedo a nuestra charla, miedo a este momento.
Miedo de tus ojos, miedo de tu boca, miedo de tus palabras y miedo de tu perfume. Miedo de tu caminar, miedo de tu dudar, miedo de tu suspirar, miedo de tu mirar.
Miedo de tus gestos, miedo de tus susurros, miedo de tus recuerdos, miedo de tu miedo. Miedo de tu añoranza, miedo de tu futuro, miedo de tus deseos, miedo de tus silencios. Miedo a mi miedo, miedo a causarte miedo, miedo a ser yo el propio miedo, y miedo simplemente de verte.
Chester Davis