Tras la revuelta matinal
la fronda del naranjo se dispersa en la tierra.
Hace del aire enramada.
Los trinos van a la ciudad.
Anida el silencio en el vaho de los azahares.
Cada hoja es una historia sin trovador.
El vértice de la aurora y la mañana
es buen refugio para el juglar de los instantes
Al sepulcro del torero, en la manta del árbol, esparce claveles
de un cesto La Maja.
Sus pies dicen la canciòn de la hojarasca.
Llena la infusiòn de la semana el cesto y el granito los labios.
Al Hombre de piedra, desnudo bajo un capote,
Guarda un ángel su sueño,
Sus ojos adoptan la vida de un beso que se extingue con el día.
El alma de un beso es buen refugio...
En su sombra de otoño aguarda el retorno de los trinos con alas de luna;
Vendrá otra lluvia de fronda con la noche,
Lo sabe el enterrador,
lo sabe su vejez,
Lo sabe el mausoleo de su vacío donde esperan otra vida sus fantasmas…
El rastrillo amasa las hojas con las hojas,
Van a la bolsa de los muertos
En el bote de óxido,
En el cementerio donde un árbol guarda de un ángel
Que guarda de un hombre de piedra.
Al torero llevan flores y besos por ser torero,
Al juglar de los instantes la posibilidad de mil refugios.